17 febrero 2007

EN EL CRIADERO DE LAS HORMONAS (I)

[Historia de amor entre una profesora y su alumna en un instituto secundario.]


El aire entraba por la ventana con intención de levantarle la minifalda a la profesora. Ella lo sabía. Sus alumnos también. Pero no hacía nada para evitarlo. Seguía leyendo Liberté, un poema de Paul Eluard. Le gustaba comentar la poesía paseando en el aula, sintiendo la respiración de sus alumnos. Al mismo tiempo que los mantenía despiertos, vigilaba sus posibles travesuras.
A menudo la minifalda se enrollaba entre sus piernas, y dejaba ver perfectamente las comisuras de sus braguitas. Hacía dos semanas que venía sin las medias. Por eso las suaves caricias de la brisa le recordaban que ese fin de semana debía afrontar la temida depilación para conservar la elegancia de sus piernas.

“Sur mes cahiers d’écolier, sur mon pupitre et les arbres, sur le sable sur la neige, j’écris ton nom .... liberté”. La dulce voz de Anne, verso por verso, iba desmenuzando el sueño de la libertad. Pocos profesores lograban mantener callados a sus alumnos tanto tiempo. Es verdad que al margen de dos o tres chicos que pensaban marcharse a Paris en verano, el resto parecía ajeno a las explicaciones de la profesora. Pero nadie molestaba. Y eso ya era un logro. Tanto ella como sus alumnos sabían que esa hora de los lunes era la más complicada para aprender. En silencio, la mayoría de ellos daban rienda suelta a su imaginación. Mientras los chicos soñaban con su profesora en una playa caribeña de luna de miel, las chicas querían ser como ella: inteligente, segura de sí misma, tremendamente sensual.
A última hora de la mañana el aula de cuarto de la ESO parecía un criadero de hormonas enloquecidas. Aunque estaban en el mes de marzo, los revolucionados cuerpos de los adolescentes juraban y perjuraban que la primavera había llegado, que era tiempo de enamorarse. Ellos lo notaban. Sus profesores también.
En esta época se multiplicaban los ingenios de los profesores para llamar la atención de sus alumnos. Por eso nadie cree que sus seducciones hacia los alumnos sean una casualidad o un simple descuido sin importancia, y mucho menos, fruto de la imaginación de una mente freudiana.
Cuando una profesora interpreta con soltura el cruce de piernas de Sharone Stone en El instinto básico, es consciente de lo que provoca en el aula. De hecho, si ningún alumno se sintiera atraído, sería el final de su carrera como profesora. Hay quienes dicen que no es ético seducir a los alumnos. Pero otros dicen que no hay nada de malo en que una profesora utilice todos sus trucos pedagógicos para mantener despierto el interés de sus alumnos.
Hasta hace poco las profesoras seducían a sus alumnos, conscientes del celo que podían despertar entre las chicas. Incluso a veces competían con ellas para ver quién era la mejor seductora del aula. En cambio, los profesores parecían interesarse más por las chicas que por los chicos. Ellos lo aceptaban, sin rencor. Si por casualidad algún chico miraba la bragueta de su profesor, no era para alimentar su imaginación erótica. Simplemente quería comparar. En esas edades, el tamaño sí que importa.
De un tiempo para acá, las cosas han cambiado mucho. A los veteranos les cuesta el cambio. De hecho, algunos se han retirado de la competitividad. No es raro que un chico se enamore de su profesor, o la profesora de su alumna. Mientras los más conservadores se escandalizan y se bloquean, los más jóvenes tienen sus trucos y funcionan. Se limitan a lanzar insinuaciones neutras. Si alguien protesta, le falta argumentos.
(Continuará ...)

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

esta bien tu historia. pero, ¿es real? ¿cuándo vas a poner la segunda parte? saludos

10:56 p. m.  

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