20 diciembre 2006

¿Cómo seguir siendo humano si Dios ya no está entre los humanos?


Ahora que viven los que no temen morir, ahora que mueren los quieren vivir, la certeza de que mi vida depende de los caprichos de un ser semejante a mí no hace más que aumentar mi desesperación. Ya soy consciente de que un ser humano tiene que cumplir unas condiciones draconianas para no ser borrado, sin apelación posible. No basta tener rostro humano para pertenecer de pleno derecho a la humanidad; se nos exige vivir además conforme a una tradición decidida y dictada por los poderosos de la tierra.

Encadenado Dios en el círculo mercantil, expulsada la razón del ámbito de la influencia vital, si quedan motivos para vivir, ni son religiosos, ni son razonables. En el fondo, la existencia de Dios depende de su utilidad en los asuntos humanos. Si Dios no es políticamente correcto, si Dios no es útil y obediente, es, ipso facto, eliminado. Lo mismo cabe decir de la razón. En el campo intelectual, el predominio de los prejuicios sobre los juicios se cotiza al alza. Si la revolución francesa encadenó a Dios en la sacristía para coronar la razón en la plaza pública, la civilización actual no duda de incluir a Dios y a la razón en el eje del mal, sentenciándolos a muerte por inhalación. Pero éste es el drama del ser humano civilizado, que se siente capaz de ponerse en el triángulo del omnipotente y trazar las medidas adecuadas para ser persona.
Es verdad. Los nuevos creyentes no acaban de superar la tentación de poner a Dios a su servicio. El creyente ya no sirve a Dios: es Dios quien sirve los intereses de los humanos. En los círculos religiosos, puede volverse a pronunciar –distraída o serenamente- el nombre de Dios, sin referirse realmente a él. Entonces, solamente Dios forma parte del repertorio de los chistes de mal gusto, o es entendido como una metáfora colgada del aire, en las conversaciones de las tertulias o sobre el sofá del psiquiatra.
Las consecuencias de esta perversión religiosa no se han hecho esperar. En la medida en que el lenguaje del creyente se reduce a la sola idea, se rechaza completamente el lenguaje práctico y la actitud de vida, y Dios entra forzado al mercado de las ideologías. Dios se somete involuntariamente a las leyes del mercado, se convierte en objeto de consumo que necesita propaganda, y a menudo es un objeto de usar y tirar. Lógicamente, si el ser humano se atreve a usar y tirar a su creador, el camino de su perdición está claramente trazado.
Paradójicamente, siguen existiendo conflictos y guerras civiles que tienen fundamento religioso. Como no hacemos a Dios preguntas aclaratorias, las decepciones y las frustraciones se cargan sobre los otros, sobre personas que no pertenecen a nuestro credo. Por desgracia, ya nadie pregunta a Dios sobre qué hacer y cómo hacerlo. ¡Ni siquiera los poetas que antaño preguntaban al viento! La absurdez de las preguntas imposibles de contestar hace inviable cualquier pregunta. Vivir sin preguntas es, en el fondo, morir sin saber porqué. Así, codificado el lenguaje de los que sufren injustamente en términos mercantiles, las razones para vivir son sencillamente motivos más que suficientes para morir. Para los desesperados, no hay barrera entre lo que llamamos vivir y lo que llamamos morir: para una gran parte de la humanidad, vivir es morir, o lo que es lo mismo, morir es para vivir. Tomar conciencia de esta situación puede implicar inmolarse con la esperanza de que los quedan vivan mejor. Tal vez esta sea la moral de los héroes modernos.
Si el hablar de Dios o de la razón no es la promesa de una gran justicia, al menos para los sufrimientos actuales, es un hablar vacío y carente de sentido. Mientras nuestras miradas se dirijan primero a los pecados de los demás, no veremos sus sufrimientos. Seguiremos dando vueltas a lo mismo sin acertar en las respuestas. Falsificado el diagnóstico, el tratamiento no sólo es inviable, sino que puede acelerar la muerte.
Nuestro universo ha perdido sus rasgos divinos. Nuestra sociedad ya no tiene un centro sagrado. Sus principios y fundamentos ya no son un sistema de creencias, valores y normas que estén a salvo de toda crítica por definición. Ya no se pone a Dios ni a la razón como garantes de las leyes y del derecho. Por eso la crisis de las razones últimas supone, indudablemente, un caos de posibles. Es más que probable que el derrumbamiento de la razón sea la causa inmediata de la guerra que viene. O lo que es lo mismo: la guerra que viene no tiene nada que ver con los auténticos principios religiosos y racionales. Y como dijo alguien, el mal está hecho: cunde el pánico.
A PESAR DE TODO, ¡FELIZ NAVIDAD!

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

estoy de acuerdo

6:13 p. m.  

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