30 septiembre 2006

África-Occidente: perdóname por generalizar



El mundo desarrollado construye sus grandes relaciones a partir de criterios económicos. Y poco tiene o puede ofrecer al nivel espiritual a sus gentes. Dicho de otra forma, las antiguas formas espirituales occidentales están desapareciendo, dejando sitios a religiones menos exigentes como el islam, budismo, el hinduismo y el ecologismo en distintas apariciones públicas. Normas que religan el ser humano con un ser invisible son despreciadas por muchos occidentales, y pocos son quienes tienen un rato para entrar en diálogo consigo mismo. La organización social, el sistema productivo y los servicios de entretenimiento han dinamitado el mundo espiritual. Las relaciones interpersonales han sido sustituidas por roces intermaquinales. El cajero automático, el mando a distancia, el móvil, el portátil, el coche particular y el periódico del día forman una unidad compacta, lo único necesario e imprescindible para vivir.

Los más generosos dicen que el universo espiritual occidental está pasando por una época de transformación profunda y de nuevos compromisos con el ser humano. Otros dicen que lo que está en crisis son las instituciones en cuanto estructura. Otros, los más ingenuos, sueñan todavía con salvar el mundo pagano de África y de Asia. Pero mirado con objetividad, Occidente tiene poco que ofrecer al nivel espiritual. Y económicamente, tampoco es un modelo de solidaridad espontánea. Por consiguiente, si realmente Occidente fuese responsable de sus actitudes, debería ocuparse de su casa que, hoy por hoy, está desordenada. Debería abandonar sus ímpetus expansionistas y ofrecer lo que realmente vale. En otros tiempos daba las migajas, pero ahora regala los desechos. En Occidente, lo que sobra se destruye: no se regala.

El hombre medio occidental no se interesa por los lejanos pueblos nada más que para dar una limosna. Son pocos quienes realmente son incomprensiblemente solidarios. Normalmente pueblan edificios comunes, con entrada común, con una calefacción central común, con una antena común, pero no juegan juntos, no frecuentan el mismo bar, no trabajan en el mismo sitio y sus hijos tampoco van a la mima escuela. Son números que deambulan por la calle, sin implicarse en los proyectos solidarios. La solidaridad se ha industrializado: ser bombero, ser policía, pertenecer a los servicios de urgencias son trabajos humanos gestionados por empresas privadas. Hoy la gente se conoce a través del internet y se casa, hoy existen servicios de casamiento muy rentables: el sentimiento tiene un precio económico, y la religión, cualquier que sea, no goza de gratuidad y de garantías sacrificiales.

Rukara