13 octubre 2006

Fenomenología del poder (II)

c) Las auténticas relaciones igualitarias no duran mucho tiempo. El factor “tensión” presente directa o indirectamente en cualquier relación tiende a desequilibrar las relaciones interpersonales, para bien o para mal. Y quien gana, digan lo que digan los románticos, es quien posee el poder, la capacidad de hacer y deshacer sin previa consulta. Tal vez éste sea el poder llevado a sus límites demoníacos, pero es cierto que cualquier poderoso siente la necesidad de concederse este capricho.

d) El poder es, en sí mismo, una estructura de relación dinámica y cambiante que se da en todos los aspectos de la vida humana. En la relación se genera y se actualiza lo que somos como personas, y lo que hacemos nos define: lo permitido o lo prohibido, lo conveniente o lo inadecuado nos va configurando en el tiempo y en el espacio. En estas relaciones, nos vamos definiendo como débiles o fuertes, como sometidos o sometidores: vamos asumiendo los papeles que nos corresponden en el entramado de las relaciones.

e) El poderoso no pertenece al común de los mortales. Atiende a las necesidades ocultas o manifiestas de depender, de someterse, de recibir del otro, confirmación y apoyo para la propia identidad. Cuando el poderoso inicia su carrera, está sinceramente convencido de la excelencia de los principios que defiende (principios claros y objetivos). De hecho el dictador se convence de que es imprescindible al pensar que sus súbditos son, en realidad, incapaces de gobernarse.

f) ¿Cómo se conoce al poderoso? Poderoso es aquel al que se le pregunta ansiosamente: “¿Señor, qué quieres yo haga?”. No necesariamente tiene que ocupar el máximo puesto en la organización. Tampoco tiene que ser el responsable último de las decisiones. Poderoso es aquel que da esperanza a los administradores, moviliza a muchos otros compañeros, y es objeto de identificación.