30 septiembre 2006

África-Occidente: perdóname por generalizar



El mundo desarrollado construye sus grandes relaciones a partir de criterios económicos. Y poco tiene o puede ofrecer al nivel espiritual a sus gentes. Dicho de otra forma, las antiguas formas espirituales occidentales están desapareciendo, dejando sitios a religiones menos exigentes como el islam, budismo, el hinduismo y el ecologismo en distintas apariciones públicas. Normas que religan el ser humano con un ser invisible son despreciadas por muchos occidentales, y pocos son quienes tienen un rato para entrar en diálogo consigo mismo. La organización social, el sistema productivo y los servicios de entretenimiento han dinamitado el mundo espiritual. Las relaciones interpersonales han sido sustituidas por roces intermaquinales. El cajero automático, el mando a distancia, el móvil, el portátil, el coche particular y el periódico del día forman una unidad compacta, lo único necesario e imprescindible para vivir.

Los más generosos dicen que el universo espiritual occidental está pasando por una época de transformación profunda y de nuevos compromisos con el ser humano. Otros dicen que lo que está en crisis son las instituciones en cuanto estructura. Otros, los más ingenuos, sueñan todavía con salvar el mundo pagano de África y de Asia. Pero mirado con objetividad, Occidente tiene poco que ofrecer al nivel espiritual. Y económicamente, tampoco es un modelo de solidaridad espontánea. Por consiguiente, si realmente Occidente fuese responsable de sus actitudes, debería ocuparse de su casa que, hoy por hoy, está desordenada. Debería abandonar sus ímpetus expansionistas y ofrecer lo que realmente vale. En otros tiempos daba las migajas, pero ahora regala los desechos. En Occidente, lo que sobra se destruye: no se regala.

El hombre medio occidental no se interesa por los lejanos pueblos nada más que para dar una limosna. Son pocos quienes realmente son incomprensiblemente solidarios. Normalmente pueblan edificios comunes, con entrada común, con una calefacción central común, con una antena común, pero no juegan juntos, no frecuentan el mismo bar, no trabajan en el mismo sitio y sus hijos tampoco van a la mima escuela. Son números que deambulan por la calle, sin implicarse en los proyectos solidarios. La solidaridad se ha industrializado: ser bombero, ser policía, pertenecer a los servicios de urgencias son trabajos humanos gestionados por empresas privadas. Hoy la gente se conoce a través del internet y se casa, hoy existen servicios de casamiento muy rentables: el sentimiento tiene un precio económico, y la religión, cualquier que sea, no goza de gratuidad y de garantías sacrificiales.

Rukara

25 septiembre 2006

El racismo antropológico

La mayoría de los países negroaficanos accedieron a la independencia en los años sesenta, que fueron años de esperanza y prosperidad en términos político-económicos.

La segregación racial o aparheid no fue erradicada hasta el año 1994, con la llegada a la presidencia surafricana de Nelson Mandela.

En Estados Unidos, los negros dejaron de ceder sus sitios a los blancos en el transporte público en los años cincuenta, cuando Rosa Lee Parks (1913-2005), una mujer negra, se negó a ceder su asiento a un pasajero blanco en un autobús en Montgomery (Alabama) y desafió así las leyes de segregación promulgadas después de la guerra civil (1861-1865). Esas leyes limitaban los sitios y servicios que podían usar los negros, y por ese hecho Parks fue detenida, enviada a la cárcel y multada con 14 dólares. Es cierto que la segregación legal ya no existe en Estados Unidos, pero la fractura social y económica es clamorosa. Sólo en Alabama, “el índice de pobreza entre los negros alcanza en algunos condados el 70% y su salario medio llega, con suerte, a la mitad del de los blancos. En el resto de EEUU, las peores escuelas y los peores servicios quedan confinados al gueto negro, ahora también hispano.El abstencionismo supera el 50%. Alabama, además, les pone más trabas para ejercer el derecho al voto que cualquier otro estado” Cfr. reportaje de María Ramírez publicado en la revista Yo Dona, el 9 de julio de 2005)

18 septiembre 2006

La pobreza negroafricana es ante todo una pobreza antropológica

Los pueblos negroafricanos están marcados fundamentalmente por su encuentro con el hombre blanco a través de la trata de los negros, la colonización y el neocolonialismo.

Es cierto que la esclavitud y la servidumbre personal son instituciones conocidas universalmente y en casi todas las épocas. Pero el caso de que toda una raza negra fuera considerada como inferior a la raza blanca, se le condenaran a la esclavitud antropológica a través de su negación del ser, de los trabajos forzosos al servicio de los blancos, es un fenómeno especial. Es una herida que todavía sigue abierta en muchos pueblos africanos, y una humillación que condicionan su relación con las demás razas.

Los historiadores afirman que el número de negros comprados como maderas y llevados al continente americano para su explotación es espectacular. Desde el principio del siglo XVI hasta hace tan sólo 100 años, “entre diez y quince millones de africanos fueron sacados por la fuerza de África. A este tráfico occidental hay que añadir una cantidad semejante, o aún mayor, que los árabes sacaron por las costas orientales”.

En la Conferencia de Berlín (1884-1885), los países europeos reunidos bajo pretextos humanitarios y antiesclavistas asentaron las bases “legales” para reemplazar la trata de negros por su colonización. Para justificar esta decisión político-económica, los políticos europeos se dotaron de una ideología propia basada en varios argumentos: “atraso moral del indígena, mala explotación de las tierras, derecho de protección al débil, deber de la civilización, derecho al libre comercio y circulación, etc. Una vez que se justificó la presencia se invocaron los títulos de ocupación que suelen resumirse en tres: cesión contractual, adquisición mediante guerra justa e interés superior por la paz.”.Según Baur, “a los ojos de la Europa colonizadora, los africanos eran salvajes a los que había que civilizar, hijos malditos de Cam a los que había que salvar, niños grandotes a los que había que educar. Para ellos no existía una cultura africana, sólo costumbres tribales; ni tampoco religión, sólo supersticiones estúpidas y cultos diabólicos. Nada le quedaba al africano de lo que pudiese sentirse orgulloso. Fue estigmatizado con un complejo de inferioridad. Ante sus amos europeos, la servidumbre era su mayor virtud” (BAUR (1996) 290).

Las ambiciones colonizadoras europeas configuraron la sociedad africana sin tener en cuenta los límites que los propios africanos han establecido en sus territorios. Así, los europeos rompieron los moldes tradicionales y condujeron a África hacia la pérdida de su identidad antropológica. Las políticas colonialistas, tan alejadas de los verdaderos intereses de los africanos y de los intereses de sus culturas milenarias o seculares, están en la base de los conflictos étnicos que, de tiempo en tiempo, sacuden a las naciones africanas desde su acceso a la “independencia”.

En sus últimos trabajos, el africanista español, Gerardo González Calvo, denuncia que “los pueblos de África vuelven a sufrir en sus carnes una nueva esclavitud, más sutil pero no por eso menos dramático, que la padecida entre los siglos XVI y XIX”. Según este Director de una de las revistas más prestigiosas sobre la información y la documentación africana, Mundo Negro, “se vuelve a caer en la trampa del ser superior, porque el blanco occidental se sigue presentando como el hombre eficaz y defensor a ultranza de la humanidad doliente. Para ello sigue apareciendo como modelo de referencia, como el rico que sale al encuentro del pobre para darle parte de su riqueza, aunque se trate sólo de unas migajas que no alteran ni el ritmo de vida, ni el inmoderado consumo que mueve la implacable rueda de la producción”. Pero la verdad es que los negroafricanos siguen estando excluidos de los cenáculos en los que se reparten los poderes y las riquezas de su continente. Esta situación ha sido calificada por E. Mveng de “pobreza antropológica”. En efecto, “África es el único lugar donde la pobreza no constituye un fenómeno socioeconómico. Es la condición humana, en su raíz profunda, la que se ha visto tarada, traumatizada, empobrecida. La pobreza africana es una pobreza antropológica. Entre nosotros, la condición humana es una condición de precariedad, de endeblez. (...) Esta situación abarca al hombre, a todo hombre, a todos los hombres, a todos los niveles”.

En las condiciones actuales, el hombre negroafricano está despersonalizado: obligado a romper con las raíces históricas de su personalidad (trata de negros y colonización), a vivir aislado y abandonado (neocolonialismo y neocapitalismo), vive apresado por el complejo de inseguridad y de dependencia. Lo que busca es esencialmente la salvación, es decir, la integridad, la seguridad, la perennidad de la vida y de la liberación total y definitiva de las amenazas de la muerte. Por eso, en contextos negroafricanos, “la misión de la religión es liberarnos del reinado de la inseguridad, de la incertidumbre, de la inquietud, o sea, proporcionarnos la seguridad, la certeza y la paz”. Esta misión se espera tanto para los seglares como para los sacerdotes y consagrados.


Concluyendo

La esclavitud y la servidumbre personal son instituciones conocidas universalmente y en casi todas las épocas. Pero el caso de que toda una raza fuera considerada como inferior al ser humano, se le condenarán a la esclavitud antropológica a través de su negación del ser, de la venta y de los trabajos forzosos sólo se encuentra en África Negra: “la esclavitud y la trata no eran percibidas generalmente como un mal y solamente se deploraban los abusos, no la institución como tal, tanto entre los europeos como entre los africanos” (BAUR (1996) 104).

Desde el principio del siglo XVI hasta hace tan sólo 100 años, alrededor de 13 millones de africanos fueron conducidos a la fuerza al continente americano para ser esclavos de los blancos. En realidad, el proceso colonial de América y la extensión de la esclavitud de los negros fueron de la mano. La esclavitud de los indios fue rechazada por razones doctrinales, decisión que no impedía su trabajo forzoso al servicio del blanco europeo. En cambio la trata de los negros era legal, incluso a los ojos de los religiosos. De hecho, algunas congregaciones religiosas tenían esclavos negros. Cuando en el siglo XIX “los misioneros pasaron a ser los protagonistas de la lucha antiesclavitud, todavía permanecía en su subconsciente, la imagen de los “africanos subhumanos” que infectaba las relaciones euroafricanas como un virus” (BAUR (1996) 106).
Rukara

14 septiembre 2006

África: visión panorámica


El continente negroafricano está saturado de malas noticias. Raro es el país africano sin tensiones religiosas, sociales, políticas o étnicas. En África abundan los problemas: en casi todas las naciones hay una miseria espantosa, una mala administración de los recursos naturales, una inestabilidad política y una desorientación social. El resultado es evidente: crisis de estados, guerras, violaciones de los derechos humanos, miseria y desesperación. En un mundo controlado por las naciones ricas y poderosas, África se ha convertido prácticamente en un apéndice sin importancia, a menudo olvidado y descuidado por todos. De ahí que muchos sentencien que África es un continente en “verdadera ebullición”. Buena parte de los casi 861 millones de africanos tienen problemas para sobrevivir en un continente que, paradójicamente, todavía goza de ciertos recursos naturales. Aunque la casi totalidad de los países africanos tienen una población muy joven, para muchos sobrevivir es un desafío diario. La mayoría de ellos tienen que “afrontar un futuro incierto sin perder las señas de identidad”.

En los pueblos negroafricanos, gran parte de la población se enfrenta a una existencia marcada por el hambre y la desnutrición. Enfermedades mortales como la malaria, el cólera y sobre todo el sida son frecuentes. Los conflictos armados se han cobrado millones de muertos y de desplazados en los últimos años. El caso de la Zona de los Grandes Lagos es sólo la punta del iceberg. Los servicios sociales esenciales como la sanidad y la educación se encuentran bloqueados. Las arcas estatales están en bancarrota. Por eso la población africana se encuentra en los últimos puestos del índice de desarrollo humano. De hecho, “la totalidad del continente subsahariano, si exceptuamos África del Sur, está en una crisis aguda y en unos niveles de vida más bajos que en los momentos de la independencia”.

Todos los indicadores económico-socio-políticos apuntan en esta dirección de una crisis muy grave: empeoramiento de los derechos humanos, las desigualdades sociales, la inmigración y la crisis de estado. Muchos negroafricanos viven en la indigencia absoluta, en condiciones inferiores a los de los animales. Siguen excluidos de los cenáculos en los que se reparten los poderes y las riquezas mundiales.

Aunque todos los estados africanos cuentan con dirigentes políticos y eclesiásticos africanos, el fracaso político es patente: regímenes dictatoriales, frecuentes golpes de estado y guerras fratricidas. Estos fenómenos tienen una repercusión negativa en las estructuras económicas, ya de por sí muy frágiles. Muchos dirigentes no distinguen los bienes públicos de los privados y han convertido la tiranía en la forma “normal” de gobernar, y la guerra, en la única forma de llegar al poder y enriquecerse.

Rukara

09 septiembre 2006

Desde mi patera


Desde mi patera todo suena romántico. Contemplo las ondas marinas, el espacio abierto que puede ser mi tumba o mi salvación. Es cierto. Vivir es montar en una patera, luchar contra mareas y vientos, bogar mar a dentro y unir las dos orillas: África y Europa, el hambre y la abundancia. Es verdad. La vida es una inmigración, un ir y venir, un estar ajustando las piezas y sintonizando las emisoras para alcanzar una buena comunicación. Todos somos inmigrantes. ¿Quién vive en la casa en la que nació, en el pueblo que le vio crecer, en la ciudad donde estudió, en el lugar donde se enamoró de su primer amor? Todos estamos montados en una patera.

Desde mi patera todo suena triste. Contemplo la realidad que deseo pero que nunca podré alcanzar. He salido de mi país huyendo de la guerra, del hambre y de una sociedad que no me ofrecía futuro alguno. Allí era un legal condenado a la muerte. Aquí me llaman un ilegal. Pero yo me pregunto: ¿desde cuándo uno nace ilegal? Del matrimonio ilegítimo hemos pasado a la existencia ilegal. Pronto tendremos también una muerte ilegal. Propongo un monumento para quien convirtió los seres humanos en ilegales.

Desde mi patera todo suena problemático. Oigo hablar de mí, unos para explotarme, otros para salvarme. Lo mismo me da que me llamen Indocumentado, o sencillamente Ilegal. Sólo busco un lugar donde vivir dignamente. Yo no soy aventurero; invierto lo poco que tengo para buscar la suerte y salvar mi pellejo. El camino al exilio es fruto de falta de expectativas y de oportunidades para sentirme persona en mi pueblo de origen. A donde me dirijo hay una nevera llena de alimentos, y unos yogures a punto de caducar. Dios mediante, habrá quien me ofrezca unas pocas migajas que tenga sabor a pan, o una aspirina a punto de caducar. Ya sé que para algunos yo también soy una mercancía caducada. Pero otros saben que me empuja la miseria, que me atrae el paraíso y que me mata el muro visible que me impide el paso.

Desde mi patera todo suena africano. Según los medios de comunicación, el nuevo rostro del inmigrante se llama africano, aunque sea minoritario en España. ¿Acaso ve usted patera de ucranianos, de cubanos o de alemanes entrando en España? Pero sólo el 25% de inmigrantes proceden de África. Definitivamente soy una pelota de los políticos, un titular de los medios de comunicación social y una curiosa foto para los coleccionistas. Hablan de los que llegan, pero ignoran los que atrapa el mar, o los que vienen detrás.

Desde mi patera todo suena patético. Contemplo una multitud de pateras que me siguen. Todos queremos pisar tierra firme, descansar de nuestro largo viaje, intentar ser feliz. La procedencia y el modo de nuestra entrada no deberían influir en el modo de ayudarnos, porque sencillamente somos humanos y buscamos lo mismo que usted: vivir dignamente, o lo mínimo: sobrevivir. El mundo está francamente mal dividido: el 20% consume el 80% de los bienes mundiales. El mundo rico no es un hogar para los inmigrantes: es una prueba constante de su identidad. Claro que el inmigrante no tiene identidad, la busca. Y si usted no le presta la antorcha para encontrarla, le está anulando. Pero yo le comprendo: le bombardean con titulares para que se convierta en un cobarde y luche contra su propia historia de la inmigración. “Vienen los inmigrantes” -le dicen o le escriben-, “llega una avalancha de inmigrantes”, “invaden nuestras playas”, “nos quitan el trabajo”, “hacen peligrar nuestra raza y nuestra religión”,... son amenazas constantes que llaman a su casa y le aconsejan blindar la puerta principal de su corazón. Hay una incitación al odio racial desde la política, el Internet, la música y las revistas. Humanamente creo que hay lenguaje que no se puede tolerar y actitudes que merecen matices. Pero la realidad es que puede crecer el racismo y la xenofobia en España. Estas actitudes nos colocan en una situación de precariedad y de angustia permanente. Destruyen nuestras costumbres, marginan las parejas mixtas, acallan a los hombres y mujeres de buena voluntad. Asocian nuestra imagen a la droga, a la delincuencia, a la marginación, a la miseria. Y la miseria no es humana, lo sabemos todos. Silencian nuestra aportación al desarrollo económico, a la riqueza intercultural, a nuestra propia historia, a la reinversión en nuestros países de origen. No quieren reconocer que acoger a un africano es un deber de justicia a quien padeció y sigue padeciendo la esclavitud, el colonialismo y la globalización.

Todo suena humanitario. Desde mi patera espero un Karibu, un simple “bienvenido”. No quisiera “circular sin billete” porque me han pagado el viaje de retorno, ni quisiera saltar las barreras del Metro para llegar al lejano comedor que me han asignado. Soy una persona que busca un nuevo hogar para vivir. Me pesa lo que dejé atrás, por favor no me aumente la carga. No quiero “un discurso políticamente correcto” que esconda un comportamiento racista y limite mi crecimiento humano. Vengo buscando la subsistencia; necesito protección, afecto, entendimiento; ofrezco mi historia personal, mi participación en el desarrollo social, mis inquietudes. Esto es lo único que tengo. Estoy convencido de que al coincidir dos personas distintas, si se respetan y conviven, con el tiempo, ambas cambian y se enriquecen mutuamente. Por eso integración no quiere decir una simple adaptación que anula la identidad del otro, sino un encuentro creativo entre dos amigos, un mirar en la misma dirección sin confundir los horizontes personales. Por eso en la hospitalidad para con los inmigrantes la Ley no es lo más importante. La Ley es un instrumento. Lo que resuelve los problemas de integración es la voluntad de que el otro viva y tenga mil oportunidades para reencontrarse como persona.
Rukara

08 septiembre 2006

Carta de Fodé y Yaguine a los mandatarios occidentales

"Excelencias, Señores miembros y responsables de Europa:

Tenemos el honorable placer y la gran confianza de escribirles esta carta para hablarles del objetivo de nuestro viaje y del sufrimiento que padecemos los niños y los jóvenes de África. Pero, ante todo, les presentamos nuestros saludos más deliciosos, adorables y respetuosos con la vida. Con este fin, sean ustedes nuestro apoyo y nuestra ayuda. Son ustedes para nosotros, en África, las personas a las que hay que pedir socorro. Les suplicamos, por el amor de su continente, por el sentimiento que tienen ustedes hacia nuestro pueblo y, sobre todo, por la afinidad y el amor que tienen ustedes por sus hijos a los que aman para toda la vida. Además, por el amor y la timidez de su creador, Dios todopoderoso que les ha dado todas las buenas experiencias, riquezas y poderes para construir y organizar bien su continente para ser el más bello y admirable entre todos.
Señores miembros y responsables de Europa, es a su solidaridad y a su bondad a las que gritamos por el socorro de África. Ayúdennos, sufrimos enormemente en África, tenemos problemas y carencias en el plano de los derechos del niño. Entre los problemas, tenemos la guerra, la enfermedad, la falta de alimentos. En cuanto a los derechos del niño, en África, y sobre todo en Guinea, tenemos demasiadas escuelas, pero una gran carencia de educación y de enseñanza: salvo en los colegios privados, donde se pueden tener una buena educación y una buena enseñanza, pero hace falta una fuerte suma de dinero. Ahora bien, nuestros padres son pobres y necesitan alimentarnos. Además, tampoco tenemos centros deportivos donde podríamos practicar el fútbol, el baloncesto o el tenis. Por eso nosotros, los niños y jóvenes africanos, les pedimos hagan una gran organización eficaz para África, para permitirnos progresar. Por tanto, si ustedes ven que nos sacrificamos y exponemos nuestra vida, es porque se sufre demasiado en África. Sin embargo, queremos estudiar, y les pedimos que nos ayuden a estudiar para ser como ustedes en África.
En fin, les suplicamos muy, muy fuertemente que nos excusen por atrevernos a escribirles esta carta a Ustedes, los grandes personajes a quien debemos mucho respeto. Y no olviden que es a ustedes a quienes debemos quejarnos de la debilidad de nuestra fuerza en África".

(Cfr. El País Digital, 5 de agosto de 1999)

07 septiembre 2006

Fodé Toumkara y Yaguine Koita: 7 años despues

En su disco “Plus loin …” (más lejos), Chantal Eden (belga) cuenta la historia de dos niños guineanos, Fodé Toumkara y Yaguine Koita, y se pregunta si seremos capaces de escuchar su grito de desesperación. Efectivamente, la miseria y la desesperación obligaron a estos dos adolescentes de 15 y 14 años, respectivamente, a dejar su país, Guinea Conakry, para embarcarse el domingo 1 de agosto de 1999 a bordo de un Airbus con destino a Bruselas.

Yaguine y Fodé cometieron el error fatal de esconderse en el habitáculo que guarda el tren de aterrizaje de este Airbus A 330-300 de la compañía belga Sabena que cubría la ruta Bamako (Malí)-Conakry (Guinea)-Bruselas (Bélgica).

El Airbus aterrizó en Bruselas a las 5:45 de la madrugada. Cinco horas después, sus cadáveres fueron descubiertos por un operario del servicio de mantenimiento.

Aunque iban muy abrigados, Fodé y Yaguine no pudieron sobrevivir a las bajísimas temperaturas (entre 40 y 55 grados bajo cero) que se sufre a 10.000 metros de altura. Murieron congelados en el tren de aterrizaje del avión donde iban camuflados. Su objetivo era llevar una carta a los gobernantes occidentales para que intervinieran contra la miseria de África. La misiva es un estupendo texto para la reflexión cara al día 8 de septiembre: día internacional de la alfabetización. Ante la escandalosa muerte de Fodé y Yaguine, el gobierno belga anunció que llevaría su carta al Consejo de Ministros de la Unión Europea. Sin embargo, siete años después, la respuesta sigue siendo el silencio cómplice.

06 septiembre 2006

Pregunto al viento

A lo largo de mis años infantiles
he soñado con grandezas.
A lo largo de mi adolescencia
he intentado posar de modelo.
A lo largo de mis días melancólicos
he visto cañas doblegadas
y encinas gigantescas. Y por colmo,
si ayer mendigaba trozos de pan
en el pórtico de la panadería,
hoy estoy invitado al banquete
de categoría. Harto de caminar
sin cortar las distancias
pregunto al viento dónde
se encuentran ricos y pobres,
y me responde que
donde sobran migajas de pan.
Migajas como banco
de esperanza para unos, y
depósito de emergencia para otros.
En las migajas de pan se encuentran
ricos y pobres,
unos para prevenir, otros para sobrevivir.
Migajas de pan, ¡fuente de barbaridades!
¡Migajas de pan al precio de oro!
Migajas de pan que sobran para unos
y faltan para los demás.

Rukara

05 septiembre 2006

¿Y Usted qué?


Cada vez que reflexiono sobre algunos aspectos de los pueblos negroafricanos, siento una pereza mental. En el fondo, me persigue un sinfín de prejuicios que he ido acumulando a lo largo de mi instancia en Occidente. A fuerza de no leer ninguna noticia africana en los periódicos occidentales de grandes tiradas, al no oír nada sobre este continente negro en las grandes emisoras radiofónicas, he terminado creyendo que África no existe.

África no existe en los periódicos. África no existe en las emisoras radiofónicas. África no existe en los foros internacionales donde se deciden las grandes políticas económicas y las estrategias militares. Al menos esta es la impresión que tengo cuando me acerco a los medios de comunicación occidentales.

En otras ocasiones fue el muro de la indignación que me impedía hablar de África. Sentía vergüenza al contemplar en las televisiones los horrores de la guerra en Rwanda, de la hambruna en Somalia, de las matanzas interreligiosas en Nigeria, etc. En estos casos, África aparece como un continente totalmente bárbaro, salvaje, donde todo lo que suene a humanidad es perseguida y eliminada manu militari. Apenas veía las mansiones de nuestros dirigentes a la orilla de los lagos, mares y océanos. Apenas veía a hombres y mujeres tomando una coca cola y fumando un cigarrillo importados de los Estados Unidos. Apenas veía los coches lujosos de nuestros príncipes, o el sudor de nuestra juventud para ganarse el pan con dignidad. Sentía vergüenza porque forzosamente se me identificaban con esa África inhumana, condenada a morir de violencia, de hambre y del sida en pleno siglo veintiuno.

Apenas intentaba abrir la boca, mis amigos occidentales me asfixiaban con sus teorías sobre la ablación del clítoris, el machismo exacerbado, la explotación de los niños, el desprecio de los derechos humanos, la invasión de los inmigrantes y el mito del negro bueno, obediente y sirviente. Mis amigos lo sabían todo. Mi ignorancia ante ellos me condenaba al silencio sobre aquello que yo había vivido en mi propia carne. Mis amigos sabían distinguir con claridad un hutu de un tutsi, pero me decían que era igual vivir en África del Sur que en Sudán, porque en África todo es homogéneo. Mis amigos me hablaban con pasión y rabia de la guerra civil de España que terminó en los años cuarenta, pero me llamaban rancio, rencoroso y poco agradecido cuando les hablaba de las barbaridades cometidas por la colonización en Áfricana hasta los años sesenta. Yo mismo me callaba porque ante tanta claridad, no hay argumento que valga.

Mis amigos me cantaban, con entusiasmo, la canción del negrito tropical que toma el cola cao, a pesar de que sabían que a mi nunca me ha gustado, no porque su batido no fuera delicioso, sino por el recuerdo de mis antepasados que fueron comprados como unas simples mulas para trabajar en los campos americanos, de mis hermanos explotados por las multinacionales con un sueldo de miseria, mientras es un lujo tomarse una tasa de cola cao en la Plaza Mayor de Madrid. Mis amigos cantantes no parecían saber eso, y si lo sabían, disimuladamente se lo callaban. Parece cierto: la mente humana es selectiva, y el egoísmo no tiene fronteras.

En algunas conferencias sobre África, me he encontrado con doctores universitarios que llevan a cuestas un curriculum de un auténtico mártir: cuando hablan, arrancan las lágrimas de sus compatriotas y una irónica sonrisa de los africanos. Son auténticos salvadores de ambos mundos. Sus teorías no admiten interrogantes, y quien quiera salvarse tendrá que pasar por sus aulas. Hablan de la malaria, del sida, del africano polígamo que no sabe hacer nada más que satisfacer sus instintos animales, de los niños de la guerra y de los misioneros que dan vida diariamente. Cuando les preguntas por el petróleo, el coltán, el mercado legal de las armas, los millones de dólares de nuestros dirigentes guardados con complicidad en los bancos occidentales, el desprecio hacia las costumbres negroafricanas, etc., consultan sus relojes y te responden que son temas que necesitarían más tiempo. Y se escabullan. Ante el silencio de los asistentes, por debajo te preguntas por quién nos salvará de nuestros salvadores.

Es entonces cuando decides volver a la biblioteca, consultar lo escrito sobre África y saborear las letras de los auténticos africanistas, aquellos que quieren que se conozca África en todas sus facetas, sin que lo folklórico esconda lo esencial, o que lo banal se convierta en la bandera perenne. Veo a hombres y mujeres que luchan mano a mano, con los negroafricanos para combatir las injusticias que sufren nuestros pueblos. Veo a investigadores que admiten matices, a misioneros que sienten una mezcla de admiración y vergüenza por lo que sus compañeros hicieron en el siglo pasado. Veo a voluntarios que no se asustan cuando ven una piel negra, ni se llenan de interrogantes cuando cruzan con un negro en la Gran Vía madrileña. Veo el lento nacimiento de una auténtica solidaridad con los pueblos negroafricanos, y siento que ha llegado el momento de reflexionar detenidamente sobre muchos aspectos, aunque sólo sea aclarándolos, denunciándolos o anunciándolos. Porque si no lo hago hoy, mañana puede ser tarde. ¿Y usted?

04 septiembre 2006

África en cifras

El continente negroafricano ha sido, desgraciadamente, presentado como sinónimo de hambre, guerras fratricidas, salvajismo, Sida o paisajes exóticos con una multitud de animales y de árboles sin especificar; la famosa África del tamtam y del baile graciosamente frenético. Sin embargo, hablamos de un continente de unos 30 millones de km2 (casi 61 veces mayor que España), 800 millones de habitantes, dos mil culturas, más de mil lenguas y más de 50 Estados "soberanos".

El continente africano produce el 1,1 % de la riqueza mundial. Es la región más endeudada del mundo. Más del 50 % de su PIB se va cada año al pago de una deuda externa asfixiante. El 46 % de los africanos dispone de menos de un dólar al día para vivir. 25,3 millones de africanos son seropositivos (alrededor del 80 % del mundo). Hay más de 6 millones de africanos refugiados o desplazados. 47 millones de niños están sin escolarizar. El 75 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. El 80 % no tiene acceso a la energía eléctrica. El 75 % no dispone de estructuras higiénicas adecuadas. El conjunto de los países africanos tiene una red de carreteras inferior a la de Polonia. El PIB de toda África es inferior al que tiene España. Existe, al menos, una veintena de países devastados por guerras y conflictos. Casi todos los países subsaharianos están hoy peor que cuando obtuvieron la independencia en los años sesenta.
Rukara

03 septiembre 2006

África tiene forma de interrogante


Son muchos los intentos para comprender la situación socioeconómica de África. Algunos creen ver en esta situación una especie de destino inevitable, ya que incluso geográficamente África tiene forma de interrogante. África comenzó mal (DUMONT, R., L’Afrique noire est mal partie, Le Seuil 1963), está estrangulada (DUMONT, R.-MOTTIN, M. F., L’Afrique étranglée, Le Seuil 1980), está muy enferma (DIAKITE, T., L’Afrique malade d’elle-même, Karthala 1986) y está estancada (GIRI, J., L’Afrique en panne, Karthala 1986). Al nivel internacional, los gritos de los negroafricanos son clamorosos (ELA, J. M., El grito del hombre africano. Cuestiones dirigidas a los cristianos y a las iglesias de África, Verbo Divino 1998). Los sacerdotes ya se han hecho muchos interrogantes (AA. VV., Des prêtres noirs s’interrogent, Cerf, 1957) y no saben si el continente va a desaparecer pronto (KÄ MANA, L’afrique va-t-elle mourir?, Karthala 1993), o si es Dios quien se ha ido a morir en África (MOTOGO, Dieu peut –t-il mourir en Afrique?, Karthala 1997). Estas reflexiones de varios autores africanos o extranjeros reflejan el callejón sin salida en el que ha entrado África: por eso los interrogantes se hacen cada vez más dramáticos. Da la sensación de que al final de cada reflexión acerca de África es necesario hacerse una pregunta: África, ¿por qué? (libro publicado por González Calvo en Mundo Negro, Madrid 2003).
Rukara

02 septiembre 2006

BIENVENIDOS


Bienvenidos a mi aula africana. Africa está en marcha en compañía de muchas personas de buena voluntad que desean conseguir un mundo en el que todos caminemos hacia una meta común: el bienestar del universo.
Rukara

Las arrugas de una madre africana


El tiempo se había vengado injustamente de la bondad de mi madre con un sinfín de arrugas en su cara. La recuerdo en el campo recogiendo, juntos, las patatas dulces. Le contaba mis ilusiones y mi esperanza de poder acceder a la Escuela Secundaria. Ella me miraba tiernamente y me sonreía. Era su forma de expresarme cuánto creía en mi. Siete años más tarde, cuando me despedí de ella en aquel campo de concentración, no me miró con sus ojos. La incertidumbre que se había apoderado de su rostro se reflejaba en las pocas gotas de lágrimas que no querían desprenderse de las mejillas de una madre que estaba a punto de ver desaparecer su hijo durante mucho tiempo, quizás infinito. Creo que ya intuía que difícilmente volvería a verme. Pero yo no pensaba que un día como este, ocho años después de nuestra despedida, llegaría a escribir sobre ella, diciendo que aún me faltaban cinco meses para cumplir los veintidós años cuando la vi por última vez. En un campo de refugiados. En Ruanda.
Si hablar de una madre nunca fue fácil, doloroso tiene que ser cuando te despiertas asustado en el exilio, la llamas para que te proteja, y resulta que te encuentras solo, entre cuatro muros blancos que ni te vieron crecer ni escucharon los poemas que dedicaste al primer amor que ingenuamente llamabas único. En tales condiciones, aprendes a llorar sin esperar consuelo, inventas los juegos que no necesitan de parejas, y te convences que cuando caigas intentarás levantarte por tu propio esfuerzo.
Cuando has tenido que huir de tu país para salvar el pellejo, poco a poco vas aprendiendo a construir tu mundo relacional al margen de lazos tan fuertes como la familia, los amigos de la infancia, el clima, los sueños consistentes y la misma patria. Intentas sobrevivir desde lo desconocido, soñar desde la melancolía, y consolarte desde una serie de juramentos que jamás has de romper. Sigues haciendo los mismos actos que obliga la existencia, pero sin contenidos significativos. Incluso cuando tienes la suerte de estar al abrigo de una institución, sigues sintiendo las mismas carencias familiares.
Acabas convenciéndote de que no optaste por aquello que ha llegado a configurar tu forma de pensar y de vivir, aceptas la imposibilidad de volver tu vista atrás para recuperar los pasos perdidos. Elegir es preferir, elegir es optar, elegir es pactar. Tú no puedes romper los pactos que no hubo; tú no puedes deshacer las opciones que nunca hiciste; tú no puedes revisar las preferencias que no tuviste, ni las elecciones que no son tuyas.
En el exilio construyes una red de amistad que, por lógica natural, no siempre implica una comunicación afectiva. Prejuicios, intereses, historias irreconciliables, más de una vez te llevan a unos desencuentros fatales y dramáticos. Y por colmo, el tiempo ya no te concede ningún privilegio sobre una amistad, y tu historia personal ya no es un regalo para nadie.
Vivir en el exilio es aceptar compartir poco con los demás, esperar la bondad de los dioses para que te entreguen los verdaderos amigos, pues tú no tienes tiempo para fomentarles. Éste es el drama para una persona que nunca se había imaginado soñar al margen de la amistad.
En el exilio te encuentras con un clima nuevo. Y todo cambio de clima implica cambiar de perspectivas, perder los horizontes, sobrevivir mientras el cuerpo y el espíritu rinden al máximo para sintonizar las frecuencias acertadas. Te embaucas en una actividad frenética que si no resulta dañina es que cuando se interioriza ya lo peor ha pasado. Mente cansada, cuerpo arrastrado y corazón confuso suelen ser tu compañía más cercana y tu secreto más íntimo. Aunque en tus oraciones no cesas de dar las gracias a Dios por un sinfín de cosas, inconscientemente esperas respuestas a múltiples porqués.
En el exilio, la patria está reservada. Tú no eres de aquí ni de allá. En tu nuevo lenguaje eliminas el verbo volver y todo aquello que te recuerde lo que podrías haber sido en tu patria. Los exiliados saben cuánto se sufre al tener que contar su historia ante desconocidos para ser aceptado como exiliado. Es verdad que muchos de ellos llegan a soltar lágrimas y maldecir todos los dioses que permitieron que pasara lo que cuentas, pero en el fondo todos sabemos que no es agradable para nadie escribir su historia personal en un trozo de papel sin más destinatario que un cajón de una ONG o de un archivo administrativo. Algunos dicen que los funcionarios llegan a familiarizarse con tantas historias dramáticas que, por relativizar todo, te ponen un número: tu expediente. Pero yo digo que menos mal. ¿Te imaginas tener que presentarte cada vez que vas a preguntar por el trámite de tu documentación? Hola, quería preguntar por mi expediente. ¿Cómo se llama usted? Mabyogo. ¿Podría darme otros detalles? Sí, soy aquel chico que tenía una madre con un sinfín de arrugas en su cara porque el tiempo se había vengado injustamente de su bondad.
Rukara

Os doy mi memoria

No sé por dónde empezar
pues no canto victoria
ni prometo justicia.
Poder no tengo
propaganda no quiero.
Vuestra muerte es indolente
porque ya sé dónde nacisteis.
De ironía estoy, ya lo sabéis.
De quejarme no iría a la orilla del mar
desde donde me alcanzan vuestras voces
pidiendo auxilio.
Hablo de vosotros que cruzasteis El Estrecho
buscando refugio,
vosotros que nunca tuvisteis consuelo
en las aguas turbulentas.
Gente con facturas sin fortuna
que anhelando memoria salisteis
en las contraportadas.
Creedme, ya nada nuestro
merece vuestra estima.
Construimos un mundo indomable
y morimos sin méritos:
os doy mi memoria.

La ideología de muchos dirigentes africanos

La mayoría de los dirigentes africanos no creen en las ideologías: son peligrosamente ambiciosos y oportunistas, desprecian la opinión pública, son contrarios a los partidos democráticos y persiguen un solo fin: enriquecerse a costa de todo. Para llevar acabo sus ambiciones, conocen los francos débiles de los políticos occidentales y los manejan a sus antojos. Ofrecen explotación de sus riquezas a las empresas extranjeras a cambio de cerrar los ojos antes sus fechorías y métodos dictatoriales, y reciben apoyo militar cuando el pueblo intenta protestar. De hecho la mayoría de los dirigentes africanos, aun siendo dictadores corruptos, no incomodan a sus homólogos occidentales.

Rukara